El golf, de entre todos los deportes, es quizá el que más horas de entrenamiento requiere de un aficionado para alcanzar pequeñas mejoras. En otras palabras, es frustrante, y no son muchos los que tienen la voluntad y el tiempo necesarios como para ser mejores, es decir, aprender la técnica del movimiento. Incluso Bubba Watson o Jim Furyk, dentro de sus anómalos swings, cuentan con referencias que vigilan continuamente, ya sea el grip, el camino que sigue el palo en el backswing o cómo se comportan sus cuerpos antes de impactar a la bola. Esto no es ninguna novedad: para jugar mejor es necesario este trabajo.
El caso es que para ellos o para cualquier otro jugador, la práctica no siempre refleja buenos resultados. Muchos pueden soportar el dar dos pasos hacia adelante en un día de prácticas y llegar al campo y ver que han dado uno hacia atrás, pero lo verdaderamente difícil es ver que se dan dos pasos hacia delante para, al día siguiente, dar otros dos pasos en la dirección contraria. Por suerte y desde hace unos años, la ciencia ha pasado a estudiar también lo relacionado con este deporte y existen varias pautas que no muchos golfistas conocen, al menos por la forma en que practican. Algunos de esos trabajos incluso están relacionados con la música o el baseball, disciplinas que también requieren de una enorme inversión de horas para apreciar pequeños resultados.
Las dos formas que existen de practicar
Desde que se coge un palo por primera vez se suele insistir en la importancia de la repetición. Esto se debe a que el golf se basa en la memoria mecánica, es decir, el recuerdo de las habilidades motoras y ejecutivas necesarias para realizar una tarea. Es muy similar, en algunos aspectos, al baile; primero se interiorizan los pasos para luego ponerlos en práctica al ritmo de la música. La mayoría de clases funcionan así: se aprende un nuevo concepto (grip, stance, línea del palo…) a través de ponerlo en práctica una y otra vez, con cientos de bolas de por medio.
Esta forma de afrontar el entrenamiento se llama, en psicología deportiva, práctica bloqueada (blocked practice). No se pasa a otra actividad sin haber ejecutado todas las correspondientes a la primera. En el caso del golf, podría aplicarse a pegar tres buenos golpes seguidos con el hierro 7 antes de pasar a uno más largo, el 5 o el driver, y es la que siguen instintivamente la mayoría de aficionados, ya que parece lógica. Si el swing se basa en la memoria muscular, ¿por qué no hacer todas las repeticiones seguidas? Ya que se trata de un movimiento difícil, es más cómodo practicar diez minutos en algo concreto que hacerlo en varias cosas distintas.
El otro método que existe para entrenar se llama práctica al azar (random practice), y se basa justo en lo contrario: el jugador debe cambiar de actividad constantemente dentro del tiempo disponible. Un ejemplo aplicado al golf, por ejemplo, sería pegar tres bolas con el hierro 7, otras tres con el 5 y finalmente tres más con el driver, repitiendo esa secuencia. Al finalizar, el entrenamiento debería de ser similar en cualquiera de los métodos: se ha pegado el mismo número de bolas con cada palo, solo que en un orden distinto.
¿Cuál es la mejor?
Hay varios estudios que confirman que la práctica al azar es mucho más efectiva a la hora de transformarse en resultados positivos. Uno de ellos fue elaborado en 1994 por Hall, Dominguez y Cavazos (se puede leer aquí) a base de juntar a jugadores de béisbol profesionales siguiendo ambos métodos de entrenamiento, a través de 12 sesiones. Al finalizarlo, los que siguieron una práctica al azar impactaron a la bola un 57% más de veces que antes, mientras que los que siguieron una práctica bloqueda lo hicieron en un 25%. Fue más del doble de efectiva, a pesar de que se pegaron el mismo número de bolas. Esta misma idea se aplicó al golf en el libro Motor control and learning, a behavioral emphasis (Control y aprendizaje motor, un énfasis conductual), escrito por Richard Smith y Timothy Lee.
Pero después de conocer la teoría: ¿cómo ponerla en práctica adecuadamente? Varios profesores ya lo hacen con sus alumnos, como Andrew Rice, que sabiendo de las limitaciones de tiempo de muchos de ellos ha elaborado un plan para sesenta minutos de entrenamiento que podéis consultar aquí. Básicamente divide la práctica en segmentos de veinte minutos:
1. Juego largo y técnica.
2. Wedges y juego corto.
3. Putt
Se trata de una aplicación perfecta de la práctica al azar, ya que aunque no se termine el día pegando buenas bolas con un palo concreto, los resultados, a largo plazo, son claramente superiores.
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